lunes, 16 de junio de 2014
ENTRE LA MULTITUD
Y fue allí, en medio de toda esa gente, de aquellas personas que nada tenían que ver con ella; fue allí, en medio de la multitud, cuando Olga encontró la respuesta que andaba buscando.
Siempre fue una soñadora, una mujer que vivía como si el mundo, de un momento a otro, le pudiera requisar el billete de su viaje.
Le gustaba contemplar los amaneceres porque, según ella, el momento en el que el sol pintaba de colores la tierra, era el más sublime del día. Una vez me contó que le emocionaba tanto observar aquella maravilla, que podía escuchar los latidos de su corazón acelerado. Yo nunca he logrado escuchar mis latidos, a penas si he podido notar mi pulso en alguna ocasión. Pero ella sí podía. Ella era especial. Y es que no se conformaba con existir, no. Olga vivía. Y cómo vivía.
Jamás he conocido a nadie como ella, con esa vitalidad, ese entusiasmo, esa pasión con la que mostraba su esencia… parecía un pájaro que disfrutaba volando en libertad.
Por eso estaba tan cambiada últimamente.
Llevaba mucho tiempo recluida en una especie de cárcel voluntaria. Porque, aunque le costó reconocerlo, ella misma minó su esencia. Descendió su vuelo con tal velocidad, que chocó contra el suelo.
Al principio no lo veía, no se daba cuenta, pensaba que era algo normal. “Cuando convives en pareja hay que ceder en ciertos aspectos. Dejar de hacer cosas que antes hacías”, decía. Pero es que ella había cedido por completo hasta negarse a sí misma la oportunidad de expresar lo que sentía dentro, por miedo a no saberse buena compañera de vida. Y, poco a poco, aunque él no tuvo nada que ver, dejó de escuchar el palpitar de su corazón.
Hicieron falta muchos, muchísimos amaneceres olvidados, para recordarse a sí misma lo valiosa que era y la falta que le estaba haciendo al mundo. Porque, aunque ella no era consciente, su ausencia pesaba demasiado. Sobre todo para su propio ser.
Por fin tomó la decisión. Le costó demasiado dar ese paso. No fue fácil, para ninguno de los dos, pero él deseaba ante todo verla feliz y por eso no trató de retenerla.
Finalmente, Olga se marchó. Se marchó en su propia búsqueda.
Al principio se encontró desubicada. Había deseado durante tanto tiempo pertenecer a alguien, que ahora no acertaba a ser la dueña de su propia vida. Pero, poco a poco, consiguió romper las cadenas que ataban sus propias manos, sus propios sueños. Y todo cuanto había creído perdido, hizo de nuevo su aparición.
Así, volvió a dejarse envolver por la magia del amanecer, y a batir sus alas, volando en libertad.
Ahora estaba en medio de toda esa gente, de aquellas personas que nada tenían que ver con ella, preguntándose si él también se alegraría de su regreso. Porque, ahora que volvía estar plena, deseaba más que nunca compartir su esencia con él .Quería mostrarle a la Olga de siempre, sin miedos ni limitaciones, sin ningún otro afán que poder descubrir lo maravilloso que podía ser contemplar juntos un amanecer.
Pero ahora ya no dependía de ella. Era él quien debía decidir si merecía la pena redescubrirla.
Llevaba mucho tiempo esperando allí y todavía no había aparecido. Quizás, después de todo, tendría que seguir volando en soledad.
Fue entonces cuando ocurrió algo, algo que no le sucedía desde hacía tiempo: comenzó a escuchar los latidos de su corazón. Eran tan intensos… En seguida supo el porqué. Y es que, de entre la multitud, él hizo su aparición.
De repente la gente desapareció y quedaron solo ellos dos, acercando poco a poco sus cuerpos, sus almas, acercando de nuevo sus vidas y sus ganas de compartir, esta vez sin ninguna limitación, su maravillosa esencia.
Mari Carmen Sánchez Vilella
jueves, 5 de junio de 2014
ADIÓS... Y GRACIAS
Pronunció aquello y fue como si mi corazón se resquebrajara.
No podía creer que me estuviera pasando a mí. A mí, que por fin me sentía agradecido con la vida, que por fin me sentía un hombre nuevo…
La verdad es que no comprendí la magnitud de sus palabras, hasta que me dio la contestación a la pregunta que, a pesar de temer la respuesta, heroicamente le hice.
“Le amo”, sentenció, con una mirada amorosa. Una de esas miradas que tanto me enamoraban y que tantas veces me había dedicado desde que me conoció.
Supe entonces que la había perdido porque, si de algo estaba seguro, era de lo que significaba amar a alguien. Yo, este hombre que ahora tiene el corazón hecho jirones, la amaba con todo mi ser. Y todavía la amo. Como sé que la amaré por siempre. Porque ella fue quien me enseñó a caminar con la cabeza alta, quien me mostró la verdadera luz que guardaba en mi interior, bajo una férrea fachada gris. Sí, fue ella quien supo buscarme y quien logró encontrarme, a pesar de haberme convertido en invisible a los ojos del mundo. Ella me dio tanto… Por eso sé que jamás la dejaré de amar.
Pero ahora se ha marchado de mi lado. ¿Cómo podré continuar como hasta ahora, si ella ya no está? No podré, sé que no podré. Quizás vuelva a sumergirme en el lodo, a esconderme del mundo. Si al menos pudiera hacer algo para convencerla de que mi amor por ella es mucho más grande que el que le puedan ofrecer los demás… Si supiera que yo sería capaz de morir por ella… Pero nada de eso valdría, porque ella ya lo sabe. Se lo he demostrado día a día, al igual que ella me lo ha demostrado a mí. ¿Qué debería sentir yo ahora? ¿Debería alegrarme por aquel a quien va a hacer feliz?
Lo siento. No puedo más que sentir tristeza.
Dicen que de los errores se aprende, pero… ¿cuál fue mi error? ¿Haberle abierto las puertas de mi vida? ¿Haberla amado tanto? ¿Haberle entregado mi corazón?
No. Jamás me arrepentiré de haberlo hecho. Lo volvería a hacer mil veces. Además, ella no se merece mis reproches. Me ha ayudado a creer en mí. Eso jamás lo había hecho antes nadie. No tengo más que palabras de agradecimiento hacia ella. Se merece lo mejor. Merece ser feliz. Y si es feliz al lado de otro hombre, pues que así sea.
Quizás sí deba alegrarme por él de todos modos. Porque seguro que ella le enseña a amarse a sí mismo como me enseñó a mí.
Sí. Jamás voy a volver a desaparecer, ya no voy a mirar hacia el suelo. Tengo tanto que mostrar… Me costará, sé que me costará, pero también sé que ya no puedo ser el que era antes, porque ella me cambió. Y gracias a ese cambio, ahora soy quien realmente quiero ser.
Le deseo lo mejor. De corazón. Sé que mi dolor amainará y tendré la oportunidad de sentirme completo conmigo mismo. Una nueva vida me espera. Y, aunque ahora solo quiera llorar, pronto sentiré deseos de reír. De reír por ella, pero sobre todo… de reír por mí.
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