sábado, 30 de noviembre de 2013

BAILANDO



 Entró a la discoteca y, sin más, comenzó a bailar. Algunas mujeres la miraban, analizándola de arriba abajo, poniendo en sus rostros un gesto de desaprobación. Otras, las que menos, la observaban y sonreían, transmitiéndole a la muchacha, su más sincera admiración. Algunos hombres la miraban con deseo, llegando a poner cara de perversión. Otros, sin embargo, disfrutaban sólo con verla, y es que la chica bailaba de forma un tanto peculiar.
Ella escuchaba la música y se dejaba llevar. Le encantaba, sentía libertad.
En cuanto notó algo de sed, se dirigió a la barra y cuando el barman le preguntó qué quería tomar, ella no lo dudó. El camarero le sirvió la Fanta de naranja, sin hielo y con cañita.
Un joven que estaba en la barra, esperando que le sirvieran su dosis de alcohol, la miró sorprendido y le dijo:
—Con la marcha que tienes, ¿sólo bebes Fanta?
A lo que ella repuso:
—Llevo el ritmo en las venas.
Y, sonriéndole, se marchó.
Volvió al lugar en el que estaban sus amigas y reanudó el baile. Esta vez, con algo de cautela para no derramar la bebida.
Al momento llegó el chico de la barra y la invitó a bailar. Ella se bebió la Fanta rápidamente para liberarse del vaso y, tras deshacerse de él, se marchó con el chico.
Sus amigas ya estaban acostumbradas a esa escena, por lo que no le dieron importancia al hecho de que las “abandonara”.
Ella se lo estaba pasando en grande, moviéndose libremente, dejándose llevar.
El joven se acercó a ella y le dijo algo al oído.
Al momento, ella volvió con sus amigas. Éstas, al ver que el muchacho se alejaba en otra dirección, le dijeron:
—Qué mala eres. Le das esperanzas y luego te vas.
A lo que ella contestó, sin dejar de bailar:
—¿ Mala? Este es mi momento y lo he compartido con él. Le he mostrado mi pasión, le he ofrecido mi esencia… pero él no quería bailar conmigo.

jueves, 28 de noviembre de 2013

SIN EXAGERAR (Léase con ironía)



 

Belén siempre fue una exagerada. Lo llevaba en la sangre. Era algo genético.
Su madre también había sido cinco veces reina de las fiestas de su comisión, la mejor de la ciudad. Una comisión que, por cierto, llevaba creada solo tres años. Y en sus cinco años de reinado, fue la mejor de la historia. De su historia, debería decir. Porque se montaba unas películas la mujer…
Por eso no era de extrañar que Belén siguiera sus pasos.
Tenía una lengua muy larga. Casi tan larga como el alcance de sus embustes.

Belén se despertaba todos los días antes incluso de que lo hiciera el propio Sol.
Se levantaba de la cama de un salto. Vamos, como si eso fuera tan fácil. Se iba corriendo a la cocina, que también son ganas, de buena mañana. Se hacía el desayuno en un santiamén y se lo tomaba incluso antes de haberlo terminado de preparar. Esta Belén….
Luego se duchaba con agua fría. Tan fría, como si se acabara de producir un deshielo en su bañera.
Se vestía. Para ello se probaba todo el ropero. Enterito. Ya será menos. Eso le llevaría al menos una hora y no diez minutos como ella decía. A no ser, que su vestuario se compusiese de dos pantalones y dos camisetas, cosa que dudo. Ahora que lo pienso… la semana pasada se fue de compras a una tienda tan grande como un estadio de fútbol. Allí se compró diez pares de pantalones. ¿Ves? Diez minutos. ¡Ja!
Después de vestirse, se iba a la calle y lo hacía bajando los escalones de diez en diez.
Luego se marchaba a trabajar. Como siempre llegaba tarde a todas partes porque ella había nacido con veinte horas de retraso, le metía caña al coche y lo llegaba a poner a doscientos. Eso lo podría llegar a entender si hubiera tenido que ir por la autovía, pero por el pueblo…
En fin. Siempre tenía uno de esos días agotadores en los que mil clientes entraban con las caras tan largas que la barbilla les arrastraba por el suelo.
Cuando se ponía enferma, semana sí y semana también, la fiebre le subía a cincuenta. Pero ella se tomaba una pastillita y arreglado. Hasta la semana siguiente.

Le pasaba de todo a la pobre.
Una vez le robaron la radio del coche. Bueno… ese día pasó a la historia. Ya se encargó ella de que aquello se convirtiera en noticia. Tres horas después de llegar al trabajo, ya había llamado a todas sus amistades para contarlo. Claro, que utilizó el teléfono de la empresa. ¿Cómo no iba a hacerlo, si a su jefe le salían gratis todas las llamadas? Pero todas. Que no pagaba ni cuota ni nada. Vaya chollo tenía el pavo.
El caso es que la situación requería de su divulgación. Y es que razones no faltaban. Quien le robó el radiocasete debió tratarse de un profesional, porque no había forzado ni la cerradura de la puerta, ni había descolocado absolutamente nada del interior del coche. Creo que se le olvidó mencionar que esa misma tarde se lo encontró debajo del asiento. Al radiocasete, no al ladrón.

Ella tenía la mejor madre del mundo, la mejor casa del mundo, el mejor coche del mundo, el mejor novio del mundo… Pero también tenía el peor trabajo del mundo, el peor jefe del mundo, los peores vecinos del mundo, y así, un largo etcétera.

Por eso no era de extrañar lo que le pasó. ¿Quién se iba a imaginar que aquellas mojigangas, aquellos ojos saliéndose de sus órbitas y aquella boca de pez, eran fruto de un atragantamiento tan real como la vida misma? Bueno, como la vida misma de cualquiera menos de ella, claro.
La verdad es que tuvo mala suerte. No había ni un médico en el bar. Y ella, que tenía siete títulos, uno de ellos de enfermera, no acertó a hacerse la maniobra esa contra el atragantamiento.

Ay Belén, Belén. Fuiste exagerada hasta para morirte. No te bastaba marcharte “al otro barrio” discretamente, no.
Supongo que si hubieses tenido que elegir tu muerte, hubiese sido mucho más genuina, ¿verdad? Pues no te preocupes por eso. Ya se encargó tu madre de gritar a los cuatro vientos que falleciste por solidaridad. Sí, como lo oyes. Como más de un noventa por ciento de las muertes, son debidas a atragantamientos, pues tú, como buena persona que eras, te sumaste a la causa. Qué, ¿cómo se te queda el cuerpo?
Ah, y tu entierro, claro está, no podía ser sencillito, no. ¡Tuvo que asistir toda la ciudad! Claro, como tu madre había sido cinco veces reina de las fiestas…

lunes, 25 de noviembre de 2013

EL ALMA NO MUERE

 

Limpiamos las calles
con aguas termales
pintando en fachadas
graffitis de amor.

Subimos al cielo
meciendo los sueños
cogimos la estrella
de la admiración.

Pisamos La Tierra
sintiendo las piedras
que hacen murallas
en el corazón.

Usamos un mazo
rompiendo en pedazos
aquello que nubla
la cierta visión.

Supimos riendo
que nada es eterno
y el alma no muere
con cada canción.

AYER... USTED ( Segunda parte del relato "USTED")



 

Ayer le volví a ver.
Usted se acercó a mí y me saludó cordialmente. No podía ser de otra manera habiendo tanta gente alrededor. Yo, ensimismada en mi mundo, le devolví el saludo.
Nuestras miradas se cruzaron fugazmente. Fue solo un instante, pero pareció eterno.
En sus ojos pude ver aquella llama. La misma que ardía en mi pecho cuando todavía nos veíamos a escondidas. Cuando nos entregábamos el uno al otro deseando poder gritarle al mundo nuestro amor. Sí. Antes de que yo decidiera ausentarme de su vida, no por cobardía ni con la intención de que usted se decidiera por mí y renunciara a ella. No. Me alejé porque pensaba que antes de estar conmigo, usted necesitaba estar en soledad.
Me arriesgué. Me arriesgué a perderle.
Y Dios sabe que le esperé. Le esperé en cada amanecer y en cada puesta de sol. Pero usted no apareció. Y el tiempo pasó.

Ayer, al verle, supe que mis sentimientos habían cambiado. Y que, aunque usted siempre permanecerá en mi corazón como el recuerdo de ese amor prohibido, ya nunca volvería a verle del mismo modo en que usted me seguía viendo a mí.
No porque usted siga con ella, sino porque el tiempo pasó y mi llama se ha apagado.
Lo siento. Siento que sea así. Siento que usted ya no pueda albergar ninguna esperanza de volver a estar junto a mí. Pero yo no puedo mentirle a mi corazón. No puedo fingir que mi amor es suyo para siempre y que le estaré esperando, sin importar el tiempo que tarde.
Porque ya no deseo estar con usted.