Escuchando tus latidos
con el alma entre suspiros
yo me muero por tenerte
y abrazarte contra mí.
Anhelando oír tu llanto
consolarte con mi canto
desvivirme plenamente
para hacerte sonreír.
Mi alegría tiene nombre
y una vida que se esconde
tras los ojos aún cerrados
de quien pronto va a salir.
Harás de mi piel tu almohada
de mis ojos tu mirada
de mi pecho tu sustento
alimentando tu existir.
Y es que tengo tanta suerte
de tenerte aquí en mi vientre
que mi alma ya por siempre
pertenece a tu vivir.
No me busques en la sombra
ni en canciones del olvido,
no me busques en pantanos
ni vagando en el vacío.
No me hallo ya en la pena
ni lamiendo mis heridas,
y tampoco en la condena
de saberme enloquecida.
No me encuentro en el rincón
de una vida acobardada,
ni en agujas de un reloj
silenciado por la almohada.
No me busques, no me halles
no me encuentres, nada soy...
Nada soy que se parezca
a quien tú ya conocías,
porque mi alma, antes rota
ahora salta de alegría.
Y en los bosques yo me pierdo
respirando libertad,
sin temores, sin lamentos
y sin miedo al qué dirán.
Me camuflo en lo profundo
de lo verde del jardín,
bien sentada, acomodada
ahí, hartándome a reír.
¡Qué gustazo!... ya lo sabes
nunca más mi llanto esperes,
porque a cambio de una vida
he entregado ya mi muerte.
"Susana entró muy entusiasmada al despacho de Juan. No imaginó ni
por un momento en el enorme giro que daría su vida después de esa
mañana..."
Así comienza Amantes en el cielo. Una novela en la que he puesto buena parte de mi alma. Romántica,
emotiva, con momentos divertidos. Una novela que suele sorprender al
lector por los cambios de estilo y de trama y que suele gustar por la
cercanía de los personajes y de las situaciones. Una novela de amor,
escrita desde el corazón.
Amantes en el cielo
Disponible en la I Feria de Escritores Ilicitanos en L'Aljub de Elche, del 6 al 14 de junio.
También en la librería Ali i Truc, librolibro.es, www.ecu.fm y plataformas como Amazon, Dawson...
Kasandra llegó a su casa,
saludó a su madre y, a pesar de encontrarse la mesa puesta, se metió en
su habitación. Tenía mucho trabajo por delante. Su profesor le había
encomendado la tarea de escribir una redacción sobre el mar y tenía que salirle perfecta.
Así pues, se sentó en su escritorio, cogió papel y bolígrafo y comenzó a escribir.
“El mar: el mar es una composición de dos palabras: el y mar. El es un
artículo masculino que acompaña a un nombre. Mar es un nombre común,
compuesto por tres letras: la eme, que es la decimotercera letra del
alfabeto, la a, que es la primera y la erre que es la decimonovena. En
el alfabeto griego la eme se escribe…”
Kasandra dejó de escribir,
arrugó el papel y lo tiró a la papelera. No le gustaba nada lo que
estaba escribiendo. Parecía que estaba copiando lo que su profesor de
lenguaje le dictara. Resopló, le dio vueltas a su mente y se metió en
Internet, en busca de datos técnicos sobre el tema. Encontró una página
en la que estaba reflejada la composición del agua del mar y, cogiendo
una nueva hoja de papel, comenzó a escribir.
“El mar: el mar es una
gran masa de agua salada que ocupa un alto porcentaje de la superficie
total de la Tierra. El agua del mar está compuesta por H2O, o lo que es
lo mismo, agua, cloruro de sodio, cloruro de magnesio, sulfato neutro de
sodio…”
Nuevamente, Kasandra dejó de escribir y arrugó el papel
sobre el que estaba plasmando sus letras, tirándolo después a la
papelera. Esta vez, parecía que se trataba de su profesor de física y
química explicando la lección.
La muchacha se levantó de la silla y
se dejó caer sobre su cama. Miró hacia el techo de la habitación. No
sabía qué podía escribir para agradar a su profesor. Mientras pensaba
eso, su madre entró a su habitación. Kasandra, justificándose por no
sentarse a la mesa, le dijo que estaba escribiendo una redacción, pero
que no sabía cómo hacerla, pues cada vez que comenzaba a escribir, se
daba cuenta de que lo que plasmaba en el papel no tenía calidad.
La
mujer le animó, diciéndole que siempre escribía muy bien y que seguro
que se le ocurría alguna cosa y le dio un consejo: “Limítate a ser tú.
Hagas lo que hagas, haz lo que te agrade a ti. Si escribes lo que a ti
más te gusta, podrás compartirlo con los demás, poniéndole toda la
pasión que sientes”.
Amparo le dio un beso a su hija y salió de la habitación.
Kasandra volvió a mirar al techo, tan blanco, con esos pegotitos de
gotéele que siempre le habían gustado. Inconscientemente comenzó a crear
formas en el techo. Encontró un grupo de puntitos que formaba lo que
parecía ser una cara de gorila, con sus anchas narices y sus pequeños
ojos. Un poquito más hacia la derecha se podía adivinar la figura de un
barco, con su bandera al viento. Kasandra no pudo evitar sonreír.
Recordó cuando, de pequeña, su primo se burlaba de ella por tener tanta
imaginación, pues él sólo veía pegotes de pintura sobre un fondo blanco.
La muchacha nunca entendió por qué su primo, a pesar de tener su misma
edad, era tan poco imaginativo. Si se hubiera parado a mirar más
detenidamente y hubiese utilizado su imaginación…
Kasandra se
sentó de repente. ¡Claro!, ya sabía por qué esta vez no le salían las
palabras. ¿A quién pretendía engañar? Siempre que escribía, lo hacía
desde su imaginación. No utilizaba diccionarios, ni ayudas. No
necesitaba ninguna opinión, ni la aprobación de nadie. Lo hacía
simplemente porque le gustaba. Más que gustarle, le encantaba. Su madre
tenía razón, debía escribir lo que ella sentía.
Así pues, decidió olvidarse de los tecnicismos y de las teorías implantadas.
Se sentó de nuevo en su silla, cerró los ojos, respiro profundamente, volvió a abrirlos y comenzó a dejarse llevar.
Estuvo escribiendo sin parar largo rato. Durante ese tiempo, fue como
si su cuerpo estuviera sentado en esa silla, mientras su corazón volaban
allá donde su mente estaba.
No sentía hambre, ni cansancio, ni
sueño, ni ninguna otra necesidad que la de expresar lo que guardaba
dentro. Las imágenes le venían a la mente, su corazón las sentía y su
mano las plasmaba en el papel. Kasandra no podía ser más feliz. Era su
momento de paz. Allí nada ni nadie podía perturbar su tranquilidad. Era
lo que más le gustaba hacer en el mundo y no necesitaba demostrárselo a
nadie. Le bastaba con gozarlo, con saborearlo, con sentirlo, con
vivirlo.
Cuando hubo terminado la redacción la releyó y corrigió los
errores ortográficos: alguna coma mal puesta, alguna hache que se le
había pasado por alto, alguna uve ocupando el lugar de una be… Cuando ya
la había leído tres veces, se colocó delante del ordenador y
acariciando el teclado, comenzó a transcribir lo ya escrito. En una
ocasión, su madre le preguntó por qué hacía el trabajo doble, por qué no
escribía directamente en el ordenador para ahorrarse tiempo y esfuerzo.
Ella le contestó que aquella era su manera de escribir, pues sentía que
el teclado era demasiado frío y la pantalla demasiado hermética. Ella
prefería sentir el bolígrafo entre sus dedos, ver su letra plasmada
sobre el papel y acariciar el suave relieve que producía su escritura.
Una vez hubo terminado de transcribir su redacción, la imprimió. La
muchacha salió de su habitación llena de orgullo y fue en busca de su
madre. Siempre que escribía algo le gustaba compartirlo con ella. La
halló en la cocina. Llena de entusiasmo le dijo que ya había terminado
la redacción, a lo que su madre le preguntó si se la quería leer.
Kasandra sonrió, miró su escrito, carraspeó y comenzó a leer:
“El mar. ¿Qué es el mar? El mar no es un espacio, ni un lugar. El mar
no tiene tiempo ni edad. El mar es un sentimiento que me invade de
felicidad, inundando cada poro de mi piel. Es mi rincón favorito. Es el
lugar al que huyo cuando no tengo ganas de estar con nadie más que
conmigo misma. Es un todo precioso, formado por miles de gotas que
juguetean entre sí formando las olas.
Me encanta la sensación de
bienestar cuando me estoy acercando a él, cuando percibo su suave
perfume, cuando noto la arena bajo mis pies, cuando escucho el rumor de
las olas en el atardecer.
Es tan agradable ver a las gaviotas revoloteando a su alrededor, planeando sobre él.
La brisa acaricia mi cabello, y estremece mi piel, pues soy muy feliz cuando me hallo frente a él.
Poco a poco voy metiendo mis pies en sus frescas aguas. A medida que
avanzo, siento todo su poder sobre mí. Me invade una sensación de
plenitud cuando sumerjo todo mi cuerpo en él.
El mar es el reino en
el que habitan los seres submarinos más fantásticos del mundo. Estrellas
de mar ataviadas con trajes relucientes, pulpos gigantes que me saludan
ocho veces, una con cada tentáculo. Peces de colores que hacen las
delicias de mi vista. Caballitos de mar, tan grandes que me puedo montar
en ellos y dejarme guiar hacia los confines de su reino. Tiburones y
ballenas, sonriéndome al pasar.
Mi piel se transforma, se llena de
escamas de cintura hacia abajo y mis pies desaparecen, dejando paso a
una hermosa aleta de color púrpura.
Me dejo llevar por todo lo que
me rodea y juego con los seres submarinos. Charlo con las ondinas, nado
junto a las orcas, bailo con las tortugas marinas.
En el mar puedo
ser quien yo quiero ser. Tan pronto me convierto en sirena, esperando la
llegada de mi príncipe marinero, como en curiosa submarinista
explorando los restos de un naufragio.
El mar es mi segundo hogar, mi lugar de vacaciones, mi exilio favorito. En él yo río, nado, sueño, creo mi propia realidad.
Hoy he vuelto allí. Me he dejado llevar y he acabado sumergida en sus
aguas. No sé cómo describir la sensación que me invade cuando me hallo
arropada por su esencia. Es tanta la hospitalidad que siento cuando me
sumerjo en mi paraíso particular…
Eso es el mar. Ese es mi mar”.
Cuando Kasandra terminó de leer y levantó la vista de su escrito, vio a
su madre con la boca abierta. La muchacha sonrió y le preguntó si le
había gustado.
La respuesta no se hizo esperar: “Por supuesto”. A su
madre le había encantado, le pareció preciosa. Kasandra le dijo que
tenía razón, que debía ser ella misma y escribir lo que le dictaba su
corazón.
Amparo, todavía emocionada por el relato de su hija, le
dijo que mostrando su esencia agradaría a la persona que más debía
importarle en el mundo: ella misma.
Madre e hija se abrazaron y comenzaron a reír. Aquella redacción llevaba consigo una valiosa lección.
Kasandra y su madre comenzaron a comer. Entre bocado y bocado, la joven
miraba a su madre con orgullo, pues siempre le había apoyado y había
creído ciegamente en ella. Además, cada vez que le hablaba, le daba una
lección. Esta vez había aprendido que todos somos diferentes y que cada
uno debe encontrar su propia esencia, para así compartirla con los
demás.
Cuando hubo terminado de comer, Kasandra se levantó de
su silla, rodeó la mesa y se acercó a su madre. La miró dulcemente,
agradeciéndole en silencio todo lo que hacía día a día por ella. Le
cogió las manos y con su delicada voz le preguntó: “Mamá, y para ti…
¿qué es el mar?”