viernes, 18 de abril de 2014

AMANTES EN EL CIELO



En los siguientes puntos de venta:


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Y del 23 de abril al 4 de mayo, en la Feria del Libro de Alicante, Avda. Federico Soto.:
Casetas 6 y 7 llamadas "Letra S".

Que la disfrutéis. 

miércoles, 16 de abril de 2014

¡BAH!

   

Ismael se levantó por enésima vez de la cama y se volvió a dirigir hacia el sofá.
Desde las ocho de la mañana no había hecho otro recorrido por su casa. Bueno sí. En una de las ocasiones había desviado sus pasos hacia el baño y allí se había recreado, mirando hacia el techo y pensando en nada y en todo a la vez.

Ahora estaba de nuevo en el sofá, con el mando del televisor en la mano, cambiando el canal sin un ápice de interés en lo que aparecía en la pantalla.
Después de un rato, se cansó y se fue a la cocina, dispuesto a ingerir alguna cosa. El día estaba siendo largo, muy largo…
Se llevó a la boca un trozo de pizza recalentada que ya estaba correosa. La masticaba con algo de aprensión. Le hubiera dado igual comérsela o no, pero en algo tenía que emplear su tiempo. Y, ahora que ella ya no estaba, era tiempo precisamente lo que le sobraba.

Regresó al sofá, cogió de nuevo el mando y volvió a jugar al pito-pito con los canales. Empezó a marear a los presentadores, a los guapos de la serie y a la pareja que paseaba feliz por la cubierta de un crucero, anunciando una estupenda opción vacacional.
— ¡A la mierda! —Dijo, apagando la tele—. A la mierda todo. Tú, tu madre, la pija de tu amiga, tu perro asqueroso, que más que un perro parece una rata; a la mierda tu voz de pito, tu ropa, tus monísimos zapatos de tacón, tu asqueroso perfume de la marca más cara, tú manía de ponerte encima, tu estúpida ilusión por aprender a tocar el violín… ¡Joder! —dijo, soltando una risita—, si todavía voy a tener que darte las gracias por haberte largado…

Ismael se levantó, algo más animado, y miró hacia la calle. En ese momento pasaba una rubia con muy buenas curvas. Ni corto ni perezoso, abrió la ventana y soltó un piropo camuflado entre palabras malsonantes. La rubia aceleró el paso, sabiendo que era a ella a quien iban dirigidas esas groserías.

—Anda sí, tira. Mucho provocar y luego… ¡Bah! Sois todas iguales —dijo, con desprecio—. La verdad es que no sé de qué me quejo. Estoy mejor solo. Las mujeres solo dais problemas. Ahora puedo hacer lo que me dé la gana. Y no va a haber nadie detrás de mí que me diga que baje la tapadera, o que me vaya al baño a soltar los gases, o que me obligue a comer la mierda de comida que hay en el plato. ¡Ja! Ahora sí que soy libre. Que se prepare el mundo, que allá voy.

Ismael estaba cada vez más entusiasmado. Se sentía un hombre nuevo, renacido. De repente ya no quería saber nada que tuviera que ver con el sexo opuesto. Estaba tan animado, que le entró hasta hambre, pero hambre de verdad.
Se fue a la cocina con paso alegre y abrió el frigorífico. Dos botes de cerveza y una lata de anchoas, era lo único que ocupaba un espacio en aquel lugar que olía a rancio.

—Y como ahora soy libre y puedo hacer lo que me dé la gana —dijo Ismael, victorioso—, me voy a casa de mi madre, que es la única mujer que se merece mi compañía.


domingo, 13 de abril de 2014

LA PRINCESA GUERRERA


 

La princesa, montada en su majestuoso caballo, vio como, desolado, el príncipe se alejaba de su castillo.
No era su culpa. Fue él quien se equivocó al presentarse allí, dispuesto a despertarla con un beso de amor. No,
ella no necesitaba besos para despertar, porque ya estaba en pie cuando él llegó.
Tampoco necesitaba ofrendas, canciones ni promesas. Tan solo a un caballero, príncipe o no, que luchara a su lado en las batallas. Un hombre dispuesto a ponerse una armadura y acompañarla hasta el centro de las tinieblas en busca del malvado ogro que le robaba los sueños, día tras día y noche tras noche.

La princesa guerrera seguía mirando hacia la lejanía, cuando un rugido, proveniente del Bosque Encantado, le hizo estremecer. En un acto de valentía, se puso el yelmo y comenzó a cabalgar hacia allí.
A medida que se acercaba, su corazón latía con mayor intensidad. Presentía que estaba llegando su hora, que aquel ogro la estaba llamando, la estaba buscando. Y ella estaba dispuesta a acabar, de una vez por todas, con ese horrible ser que la mantenía cautiva en su propio miedo.

Se adentró en el bosque, sobra la grupa de un corcel que ya a penas trotaba. Miró hacia todos lados, pero no veía más que niebla. Al momento, sintió un fuerte hedor a su espalda. Se volvió lentamente y lo vio.
El ogro comenzó a rugir, pretendiendo así acobardarla, pero esta vez, la princesa guerrera estaba dispuesta a morir. Sí, había decidido enfrentarse al mayor de sus temores. Lo decidió justo en el momento en que vio alejarse a aquel príncipe. Aquel que le dijo que ningún otro se acercaría a su castillo. Ese que se llevó consigo la esperanza de ser amada, amada de verdad.
Por eso comenzó a cabalgar hacia ese lugar en el que estaba. No esperaría por más tiempo la aparición de ese caballero que luchara junto a ella, no.

Su armadura comenzó a brillar cuando su mano desenfundó la espada.
Miró al ogro a los ojos y comenzó a librar su batalla.
Fueron muchos los golpes que recibió mientras lidiaba con aquella bestia. Muchas las veces que la lanzó por los aires. Pero también fueron muchas las sonrisas que dibujó en su rostro cada vez que se daba cuenta de lo que estaba haciendo.
Sabía que aquel día moriría allí y eso le hizo sentir feliz. Porque, por primera vez desde que se puso la coraza, sintió que luchaba de verdad.
Un último golpe del ogro la estampó contra un árbol. Al caer al suelo, la princesa soltó su espada. Ya no le quedaban fuerzas. Había perdido la batalla, pero en su corazón se sentía vencedora.
Miró por última vez a ese horrible ser y vio como éste se acercó para arrancarle lo que le quedaba de vida.

En ese momento se vio a sí misma luchando contra él, empuñando su espada y hundiendo su acero en el cuerpo de la bestia. Se preguntó si era su espíritu lo que estaba viendo. Quizás ya había muerto y era su alma la que continuaba batiéndose en duelo.
Pero no había muerto, ni moriría aquel día. Aquel que luchaba era un príncipe guerrero. Ese al que ella durante tanto tiempo esperó.
Se preguntó por qué había tardado tanto en aparecer.
Fue en el instante en el que él se acercó y le pidió que se uniera a la batalla, cuando obtuvo la respuesta.
Él siempre había estado allí, oculto en aquel bosque, esperando su llegada. Pero mientras que ella no se atreviera a enfrentarse contra ese que le hacía temblar cada día, mientras no tuviera el valor de ser capaz de morir por su libertad, jamás lo encontraría.

La princesa se levantó y volvió a empuñar su espada.
Y miró a su príncipe a través de un yelmo que protegía un nuevo rostro: el de la felicidad.
Ambos acabaron con aquella bestia. Ambos lucharon sin temor en la batalla más importante de sus vidas.
Y fue entonces, entre las tinieblas, en el lugar más inhóspito del reino, que la princesa guerrera encontró a ese caballero que durante tanto tiempo esperó. Y lo más importante... fue entonces cuando logró encontrarse a sí misma, en medio de la oscuridad.

sábado, 5 de abril de 2014

LOS DEPORTIVOS


 

Llovía tímidamente. María no sabía si salir a la calle, arriesgándose a que sus deportivos se ensuciaran de barro, o por el contrario, quedarse en casa.
Resolvió quedarse a resguardo, lejos de las inclemencias del tiempo. Así, aquel calzado tan cómodo no sufriría ninguna alteración, permaneciendo tan blanco e impoluto como siempre lo tenía. Ya saldría a correr al día siguiente.
Con cierta resignación, se cambió la ropa y se quitó el calzado, poniéndose una bata y unas zapatillas de estar por casa. Aquel día no pensaba salir. En realidad, no pensaba poner un pie fuera de casa hasta que la tierra que había en su jardín se secara y no supusiera un problema para ella. Bueno, ni para ella, ni para sus deportivos.

María se sentó en el sofá y encendió la televisión. Curiosamente, todo cuanto en ésta aparecía estaba relacionado con el deporte. Así, uno de los canales estaba emitiendo un maratón. En otro, un presentador daba las noticias desde la ciudad en que se celebraban los Juegos Olímpicos. Un anuncio de deportivos, otro de desodorante especial para deportistas…
A María le estaban entrando los sudores. Cada vez tenía más ganas de salir a correr. Pero no, no podía mancharse sus deportivos. Aquello le supondría tener que limpiarlos a conciencia, poniendo más empeño que de costumbre en dejarlos perfectos. Y, como el barro era difícil de quitar, desechó la idea en seguida.
Para evitar tentaciones, decidió guardar aquel magnífico calzado en una caja, que puso sobre el armario del desván.
Entre hastío y agobio, María pasó el día.
Cuando cayó la noche, se fue a la cama con la esperanza de que el día siguiente no fuera tan lluvioso. Mejor aún, que no lloviera nada. Pero aquel deseo no se cumplió. De hecho, fue una semana “pasada por agua”.

El lunes siguiente, María se despertó con los rayos del sol, anunciándole la llegada de un cálido día. Con una sonrisa, se levantó de la cama y se dirigió a la puerta de entrada. La abrió y comprobó eufórica que la tierra estaba seca.
Como un rayo se vistió. Su pantalón corto, su top, sus calcetines… ¿y sus deportivos?
Los buscó en el zapatero, pero no los halló. Los buscó en la galería, allí tampoco estaban. Un pequeño recorrido por la casa y ni rastro.
María comenzó a ponerse nerviosa. ¿Dónde estarían sus deportivos? Entonces recordó que los guardó en el desván.

Cuando entró en él, percibió un profundo olor a humedad. Se percató de que había partes del suelo en las que se había acumulado un poco de agua, formando pequeños charcos.
El corazón le dio un vuelco cuando observó que del techo caían pequeñas gotas sobre el armario.
Rápidamente, se acercó y cogió la caja que colocó sobre él, días atrás. El cartón se había mojado tanto, que se empezó a deshacer en sus manos. Sacó los deportivos y se le empezaron a humedecer los ojos. Los apretó contra sí, manchándose el top de moho. Se apoyó en una de las húmedas paredes y se dejó caer al suelo. Desconsolada, comenzó a llorar y a maldecir, pensando que ojalá no hubiera llovido nunca.