miércoles, 16 de abril de 2014

¡BAH!

   

Ismael se levantó por enésima vez de la cama y se volvió a dirigir hacia el sofá.
Desde las ocho de la mañana no había hecho otro recorrido por su casa. Bueno sí. En una de las ocasiones había desviado sus pasos hacia el baño y allí se había recreado, mirando hacia el techo y pensando en nada y en todo a la vez.

Ahora estaba de nuevo en el sofá, con el mando del televisor en la mano, cambiando el canal sin un ápice de interés en lo que aparecía en la pantalla.
Después de un rato, se cansó y se fue a la cocina, dispuesto a ingerir alguna cosa. El día estaba siendo largo, muy largo…
Se llevó a la boca un trozo de pizza recalentada que ya estaba correosa. La masticaba con algo de aprensión. Le hubiera dado igual comérsela o no, pero en algo tenía que emplear su tiempo. Y, ahora que ella ya no estaba, era tiempo precisamente lo que le sobraba.

Regresó al sofá, cogió de nuevo el mando y volvió a jugar al pito-pito con los canales. Empezó a marear a los presentadores, a los guapos de la serie y a la pareja que paseaba feliz por la cubierta de un crucero, anunciando una estupenda opción vacacional.
— ¡A la mierda! —Dijo, apagando la tele—. A la mierda todo. Tú, tu madre, la pija de tu amiga, tu perro asqueroso, que más que un perro parece una rata; a la mierda tu voz de pito, tu ropa, tus monísimos zapatos de tacón, tu asqueroso perfume de la marca más cara, tú manía de ponerte encima, tu estúpida ilusión por aprender a tocar el violín… ¡Joder! —dijo, soltando una risita—, si todavía voy a tener que darte las gracias por haberte largado…

Ismael se levantó, algo más animado, y miró hacia la calle. En ese momento pasaba una rubia con muy buenas curvas. Ni corto ni perezoso, abrió la ventana y soltó un piropo camuflado entre palabras malsonantes. La rubia aceleró el paso, sabiendo que era a ella a quien iban dirigidas esas groserías.

—Anda sí, tira. Mucho provocar y luego… ¡Bah! Sois todas iguales —dijo, con desprecio—. La verdad es que no sé de qué me quejo. Estoy mejor solo. Las mujeres solo dais problemas. Ahora puedo hacer lo que me dé la gana. Y no va a haber nadie detrás de mí que me diga que baje la tapadera, o que me vaya al baño a soltar los gases, o que me obligue a comer la mierda de comida que hay en el plato. ¡Ja! Ahora sí que soy libre. Que se prepare el mundo, que allá voy.

Ismael estaba cada vez más entusiasmado. Se sentía un hombre nuevo, renacido. De repente ya no quería saber nada que tuviera que ver con el sexo opuesto. Estaba tan animado, que le entró hasta hambre, pero hambre de verdad.
Se fue a la cocina con paso alegre y abrió el frigorífico. Dos botes de cerveza y una lata de anchoas, era lo único que ocupaba un espacio en aquel lugar que olía a rancio.

—Y como ahora soy libre y puedo hacer lo que me dé la gana —dijo Ismael, victorioso—, me voy a casa de mi madre, que es la única mujer que se merece mi compañía.


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