domingo, 13 de abril de 2014

LA PRINCESA GUERRERA


 

La princesa, montada en su majestuoso caballo, vio como, desolado, el príncipe se alejaba de su castillo.
No era su culpa. Fue él quien se equivocó al presentarse allí, dispuesto a despertarla con un beso de amor. No,
ella no necesitaba besos para despertar, porque ya estaba en pie cuando él llegó.
Tampoco necesitaba ofrendas, canciones ni promesas. Tan solo a un caballero, príncipe o no, que luchara a su lado en las batallas. Un hombre dispuesto a ponerse una armadura y acompañarla hasta el centro de las tinieblas en busca del malvado ogro que le robaba los sueños, día tras día y noche tras noche.

La princesa guerrera seguía mirando hacia la lejanía, cuando un rugido, proveniente del Bosque Encantado, le hizo estremecer. En un acto de valentía, se puso el yelmo y comenzó a cabalgar hacia allí.
A medida que se acercaba, su corazón latía con mayor intensidad. Presentía que estaba llegando su hora, que aquel ogro la estaba llamando, la estaba buscando. Y ella estaba dispuesta a acabar, de una vez por todas, con ese horrible ser que la mantenía cautiva en su propio miedo.

Se adentró en el bosque, sobra la grupa de un corcel que ya a penas trotaba. Miró hacia todos lados, pero no veía más que niebla. Al momento, sintió un fuerte hedor a su espalda. Se volvió lentamente y lo vio.
El ogro comenzó a rugir, pretendiendo así acobardarla, pero esta vez, la princesa guerrera estaba dispuesta a morir. Sí, había decidido enfrentarse al mayor de sus temores. Lo decidió justo en el momento en que vio alejarse a aquel príncipe. Aquel que le dijo que ningún otro se acercaría a su castillo. Ese que se llevó consigo la esperanza de ser amada, amada de verdad.
Por eso comenzó a cabalgar hacia ese lugar en el que estaba. No esperaría por más tiempo la aparición de ese caballero que luchara junto a ella, no.

Su armadura comenzó a brillar cuando su mano desenfundó la espada.
Miró al ogro a los ojos y comenzó a librar su batalla.
Fueron muchos los golpes que recibió mientras lidiaba con aquella bestia. Muchas las veces que la lanzó por los aires. Pero también fueron muchas las sonrisas que dibujó en su rostro cada vez que se daba cuenta de lo que estaba haciendo.
Sabía que aquel día moriría allí y eso le hizo sentir feliz. Porque, por primera vez desde que se puso la coraza, sintió que luchaba de verdad.
Un último golpe del ogro la estampó contra un árbol. Al caer al suelo, la princesa soltó su espada. Ya no le quedaban fuerzas. Había perdido la batalla, pero en su corazón se sentía vencedora.
Miró por última vez a ese horrible ser y vio como éste se acercó para arrancarle lo que le quedaba de vida.

En ese momento se vio a sí misma luchando contra él, empuñando su espada y hundiendo su acero en el cuerpo de la bestia. Se preguntó si era su espíritu lo que estaba viendo. Quizás ya había muerto y era su alma la que continuaba batiéndose en duelo.
Pero no había muerto, ni moriría aquel día. Aquel que luchaba era un príncipe guerrero. Ese al que ella durante tanto tiempo esperó.
Se preguntó por qué había tardado tanto en aparecer.
Fue en el instante en el que él se acercó y le pidió que se uniera a la batalla, cuando obtuvo la respuesta.
Él siempre había estado allí, oculto en aquel bosque, esperando su llegada. Pero mientras que ella no se atreviera a enfrentarse contra ese que le hacía temblar cada día, mientras no tuviera el valor de ser capaz de morir por su libertad, jamás lo encontraría.

La princesa se levantó y volvió a empuñar su espada.
Y miró a su príncipe a través de un yelmo que protegía un nuevo rostro: el de la felicidad.
Ambos acabaron con aquella bestia. Ambos lucharon sin temor en la batalla más importante de sus vidas.
Y fue entonces, entre las tinieblas, en el lugar más inhóspito del reino, que la princesa guerrera encontró a ese caballero que durante tanto tiempo esperó. Y lo más importante... fue entonces cuando logró encontrarse a sí misma, en medio de la oscuridad.

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