miércoles, 1 de enero de 2014
MEJOR BUSCAR TRABAJO
Julián miró el bocadillo que tenía entre sus manos. Después de cavilar, lo volvió a envolver y se levantó del banco en el que se había sentado a comer.
Se dirigió hacia su casa. Tenía pensado pasarse el día buscando trabajo, pero decidió que un poco de compañía quizás le levantara el ánimo. Después de todo, las últimas dos semanas no había estado haciendo otra cosa y ya echaba de menos un buen plato de comida caliente.
Mientras caminaba, le vino a la mente la propuesta de Paco. Paco era su mejor amigo y en más de una ocasión, le había sugerido la idea de formar una sociedad. Cada uno aportaría algo de dinero y entre los dos se las ingeniarían para sacar el negocio a flote.
Era cierto que la construcción estaba cada vez más en declive, pero no perdían nada por intentarlo. O quizás sí.
El caso es que Paco, su mejor amigo, sería el socio que cualquier empresario desearía tener. Leal, amable, sincero, a veces juerguista y muy amigo de sus amigos. Además, Gloria, la mujer de Julián y Olga, la esposa de Paco, habían hecho muy buenas migas desde que se conocieron y muchos días comían juntos los cuatro. Y en más de una ocasión, Julián le había pedido a Paco que se pasase por casa a hacerle compañía a Gloria, ya que Laura, su única hija, estaba estudiando fuera. De no haber estado Olga trabajando, sin duda se lo hubiera pedido a ella. Pero Paco era de confianza. Era un amigo de los que ya no quedaban. Sí. Paco era un tipo genial.
En estos pensamientos andaba Julián, cuando llegó a su casa.
Abrió la puerta y encontró que todo estaba más silencioso de lo habitual. No es que aquella fuera una casa de locos, ni mucho menos. Pero siempre había algún ruido. Cuando no era la lavadora, era el televisor o la radio. Nunca había estado tan silenciosa como en aquella ocasión. Y, desde luego, Gloria estaba en casa, pues sus llaves descansaban sobre el recibidor.
Algo extrañado, Julián entró al salón. Sobre la mesa, cubierta por el mantel de las ocasiones especiales, dos servilletas de tela, dos platos de la vajilla nueva, dos copas, dos cubiertos, dos candelabros ¿Candelabros? ¿A qué se debía tanto preparativo? Gloria sabía de sobra que él no iría a comer.
Julián comenzó a ponerse nervioso. Allí estaba pasando algo.
Echó un vistazo a la casa y se percató de que la puerta de su habitación estaba cerrada. Aquella puerta nunca se cerraba. Es más, Gloria ponía el grito en el cielo cada vez que a Julián se le olvidaba ese detalle. Y muchas de sus pequeñas peleas matrimoniales venían por asuntos banales como el hecho de olvidar que la puerta de la habitación de matrimonio debía estar siempre abierta.
Pero esta vez estaba cerrada y la casa seguía muy silenciosa.
Julián se acercó despacio, muy despacio. Cuando iba por mitad del pasillo escuchó algo. Eran unos susurros procedentes del interior de la habitación.
El pulso se le aceleró y allí, en mitad del pasillo, su mente empezó a resolver el galimatías que él mismo se estaba creando desde que llegara a casa.
Sus ojos ya estaban viendo una escena de cama en la que su mujer y un desgraciado, se revolcaban entre sus sábanas. Era la típica escena que venía aderezada por el sonido de un saxofón.
Ya sabía las palabras exactas que pronunciaría cuando los tuviera delante, desnudos y avergonzados por su comportamiento. No escatimaría en halagos y verdades pútridas.
También sabía lo que pasaría a continuación.
Él, el cerdo que se estaba beneficiando a Gloria, se iría corriendo con su asqueroso miembro ya empequeñecido. Eso sí, no le permitiría coger nada de ropa. Que todo el vecindario se diera cuenta de lo sinvergüenza que era.
Ella, su queridísima y hasta ese momento fiel esposa, intentaría explicarle que aquello no era lo que parecía.
Pero él no pensaba escuchar ni una sola palabra que saliera de aquella boca que, a saber cuántas otras veces le habría mentido antes. No. Se daría la vuelta y le dejaría suplicándole que la escuchara.
Se acercaría tranquilamente hasta el recibidor. Cogería las llaves y pegaría un portazo lo suficientemente sonoro, como para que le retumbase el corazón a la mujer que tanto daño le acababa de hacer.
Se montaría en el coche y se marcharía lejos, muy lejos. Tan lejos como pudiese. Tendría que aclarar sus ideas y eso solo lo conseguiría abandonando la ciudad.
Se hospedaría en algún motel de carretera y allí, en mitad de ninguna parte, permanecería una semana.
Durante ese tiempo, claro está, Gloria le llamaría insistentemente para disculparse y pedirle que regresara a casa. Pero él no volvería. No estaba dispuesto a perdonarla. Aquella infidelidad, aquella humillación, no obtendría otra respuesta que una demanda de divorcio. Sí. Ese sería el mejor de los castigos, privarla de su compañía, de sus atenciones y de su amor.
Y no acabaría ahí la cosa, no. Se encargaría de gritar a los cuatro vientos que Gloria, su muy pronto ex mujer, no era más que una golfa.
Además, pensaba vender la casa y su parte del dinero la emplearía en montar la empresa con Paco. Se irían de cena los tres, Paco, Olga y él y alguna noche loca, de esas en las que Paco se pasaba bebiendo y perdía la noción, se acostaría con Olga. Sí. Esa era una de las fantasías que siempre le había rondado por la cabeza. Acostarse con Olga. Con ese cuerpazo, y esa mirada picarona. Dios, qué ricura.
Mientras tanto, Gloria iría llorando por los rincones y arrepintiéndose de haberle sido infiel.
Ya no podría pasarse las tardes muertas mirando la tele mientras Paco le hacía compañía...
De repente le vino un pensamiento a la cabeza ¿Sería posible que el cabrón que estaba dentro de la habitación con su mujer fuera Paco?
Comenzó a resoplar, mientras apretaba los puños. Si era así, ya podía ir despidiéndose de él, porque le mataría. ¿Cómo había sido capaz de engañarle? Él era su mejor amigo. No, no permitiría una humillación como esa.
De nuevo comenzó a imaginar lo que pasaría si estaba en lo cierto.
Iría a la cocina y cogería el cuchillo más grande que encontrara. Después se acercaría sigilosamente y abriría la puerta de la habitación.
Ellos, los desgraciados que estaban siéndole infieles, comenzarían a chillar de miedo.
Él sonreiría mientras levantaba el brazo que portaba el cuchillo. Ellos implorarían su perdón, pero él descargaría su rabia contra el pecho del cerdo de Paco. Y, mientras éste empezase a moverse espasmódicamente, miraría a Gloria con los ojos inyectados en sangre y una sonrisa en sus labios. Aquellos labios que jamás volverían a besarla. Alzaría de nuevo el brazo y hundiría el cuchillo sobre su pecho. Sí. La sangre le saldría a borbotones y sus ojos implorantes se cerrarían para siempre.
Después lo limpiaría todo, mientras, sonaría una música acelerada. Se desharía del arma homicida y se marcharía lejos, muy lejos. Tan lejos como para dejar todo aquello atrás.
Se hospedaría durante algún tiempo en un motel de carretera y después de mucho desfogarse aquí y allá, con ésta y con aquella, saldría del país y comenzaría una nueva vida.
Julián se relamía, pensando en todo aquello. De repente, la puerta de la habitación se abrió y él, que permanecía en mitad del pasillo, no supo cómo reaccionar.
Gloria salió ajustándose la bata y se sobresaltó al verle.
— ¿Qué haces aquí?— le preguntó, extrañada.
— ¿Interrumpo algo?— preguntó él, irónicamente.
Gloria advirtió algo extraño en la mirada de su marido.
— ¿Qué te ocurre? ¿Por qué me miras así?
—Es Paco, ¿verdad? El muy cabrón ha sabido hacerte compañía muy, pero que muy bien.
— Pero ¿de qué estás hablando?
—No intentes engañarme, zorra. Dime, ¿ha sido igual durante las dos semanas que he estado buscando trabajo?— preguntó, con la cara desencajada.
—Me estás asustando— dijo Gloria, algo temerosa.
—Motivos tienes. Yo en tu lugar, empezaría a implorar. Y si tanto aprecias a ese que tan bien te maneja, ve despidiéndote de él.
—Julián, por favor.
Julián se dirigió a la cocina con grandes zancadas. Mientras, Gloria le seguía sin saber qué le ocurría a su marido.
— ¿A qué viene este numerito?— le preguntó la mujer.
Julián abrió el cajón de los cubiertos y sacó el cuchillo de cortar jamón.
— ¿Qué vas a hacer con eso?— dijo Gloria, asustada.
Apártate, zorra. Voy a hacer algo que debí hacer hace mucho tiempo.
Al ver que Julián se dirigía hacia el dormitorio, Gloria se interpuso en su camino.
—No se te ocurra entrar ahí— le amenazó.
—Mírame bien. Voy a matar a ese hijo de perra y después haré lo mismo contigo. De mí no se ríe nadie. Y después me tiraré a Olga. Me la tiraré como tantas veces he pensado que haría.
Gloria entró corriendo a la habitación y abrazó a su hija, que se había despertado con tanto grito.
Cuando Julián la vio, no supo muy bien lo que estaba sucediendo. ¿Qué hacía Laura allí? ¿Y Paco? ¿Dónde estaba ese mal nacido? Se miró entonces la mano y vio el cuchillo. Lo soltó, aterrorizado. Después se acercó a la cama, lentamente.
—No des ni un paso más— le dijo su mujer.
Julián miró a Gloria y arrepentido intentó disculparse.
—Gloria, cariño, yo…
Laura, que no se había dado cuenta del gesto de su padre, preguntó:
— ¿Qué pasa mamá?
—No pasa nada, cariño— le contestó amorosamente, mientras la abrazaba con más fuerza.
Pero Laura se apartó.
—A mí no me engañáis. Aquí está pasando algo. ¿Papá?— preguntó la joven, esperando una respuesta.
—Ya has oído a tu madre. No pasa nada, ¿verdad, cariño?
Julián miró a Gloria con gesto esperanzado y ella, muy apenada, negó con la cabeza. Después de un momento, en el que la mujer tuvo que procesar mucha, muchísima información, comenzó a decir:
—La verdad…
Tanto Julián como Laura permanecían expectantes. Ambos deseaban saber cómo terminaría aquello. Finalmente, Gloria sentenció.
—La verdad es que tu padre y yo, nos vamos a divorciar.
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