domingo, 16 de febrero de 2014

EL DESPERTAR DE LA PRINCESA



 

Después de un largo sueño, tan largo que parecía que había pasado toda una vida, la princesa dormida abrió sus ojos.
Enseguida reconoció el lugar en el que se hallaba. No porque lo recordara, no. Más bien, porque era el mismo lugar que ella había estado viendo mientras dormitaba. Y en medio de aquello, de la gran habitación adornada con flores silvestres y enredaderas que habían estado creciendo en su ausencia; en medio de todo aquello, ella.
Por fin, la princesa había despertado.

Se levantó de la cama que la tuvo cautiva tanto tiempo y se dirigió, con paso firme y decidido, a su vestidor. Buscaba algo que ponerse sobre su camisón, un camisón con olor a olvido.
Y entre todos sus vestidos, con encajes, con volantes, de seda, de terciopelo… enfundada en una tela, la encontró.
Sus ojos comenzaron a brillar en cuanto vio aquella armadura plateada. Resplandecía como si fuera un diamante que le hubiera estado aguardando una eternidad. En realidad, así era.
La apretó contra su pecho y sintió su poder, su fuerza.
Vistió su cuerpo con ella y cubrió su cabeza con la celada. Después se miró en el espejo. Jamás se había visto tan hermosa. Jamás.

Supo con certeza que toda su vida pasada, esa vida en la que había estado dormida, esa en la que el mundo no la había esperado para continuar y la que, más que vida había sido muerte; esa vida había acabado. Y que un nuevo comienzo la esperaba.
Pero en esta ocasión no permitiría que su tiempo se consumiera entre las sábanas de la indiferencia, no. Ni que las enredaderas continuaran ocupando más espacio en su mundo, sin su permiso. Esta vez desenfundaría su espada ante cualquiera que intentara hacerla dormir de nuevo.
Sí, aquel fue el despertar de la princesa. Una princesa que nunca renunció a su título, pero que llevó con gran honor la bravura que había escondido su alma durante tanto tiempo.
Y así fue como nació de nuevo, y quizás para siempre, la princesa guerrera.

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