domingo, 9 de febrero de 2014

VOLVERÍA



 

Ismael puso el intermitente y se dispuso a adelantar al camión que circulaba justo delante. Al pasar pos su lado, tocó el claxon y su colega, camionero como él, le devolvió el saludo de la misma manera.
Eran muchos los kilómetros que llevaba a sus espaldas. Muchas horas en la carretera. Muchos días amparado por el recuerdo de su familia. Una esposa y un hijo que le esperaban en una casa en la que apenas habitaba.
Al volver a incorporarse a su carril, Ismael miró al espejo retrovisor. Justo al lado, pegada en el cristal, estaba la foto que se llevó de casa la última vez que estuvo allí, hacía ya un mes y medio. En ella, Miriam, su esposa y Javier, su hijo, le sonreían.
Recordó que aquel día, de hacía un mes y medio, Javier le dijo que la próxima vez que volviera, le enseñaría la colección de cromos que pensaba comprarse aquella misma semana.
Ismael estaba ansioso por ver esos cromos. Le encantaba pasar tiempo en casa, con su familia, pero lo que más le gustaba era sentarse en la cama de su hijo mientras éste le contaba todo lo que había hecho en su ausencia.
Por un instante Ismael esbozó una sonrisa que, muy pronto, dio paso a un sollozo silencioso. Todavía le quedaban unas cuantas semanas para regresar a casa.
De repente, algo en la carretera llamó su atención. Algo que se dirigía a gran velocidad hacia él. Sin apenas tiempo para reaccionar, Ismael dio un volantazo. Aquello provocó que el trailer se saliera de la carretera y se precipitara hacia un barranco que no tuvo en cuenta los planes del camionero, ni las ganas que tenía de volver a casa.
Ismael no supo lo que había pasado. Y se preguntaba por qué, a pesar de estar todo en llamas, él ni siquiera sentía calor.

Al día siguiente, a dos mil kilómetros de allí, Javier jugaba con sus cromos, cuando su madre entró a su habitación llorando. Le contó que su padre no volvería de su viaje.
Javier le miró un poco sorprendido, pensando que su madre estaba más que equivocada. Su padre tardaba, eso era cierto, pero siempre volvía de todos sus viajes. Siempre. Por eso hizo caso omiso de lo que había escuchado y continuó su vida como si nada.
Mientras su madre se consumía día a día, Javier, tan ilusionado como siempre, marcaba en el calendario los días que pasaban, deseando volver a ver a su padre, su mejor amigo, su héroe…
Una tarde, al regresar del colegio, Javier se metió en su habitación como de costumbre. Pero esta vez le aguardaba una gran sorpresa. Con mucha alegría y sin perder tiempo, sacó su colección de cromos y la dejó sobre la cama. Después corrió en busca de su madre. Estaba tan contento… Cuando la encontró, le dijo eufórico:
— ¡¿Ves mamá? Te dije que esta vez también volvería!

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