domingo, 16 de febrero de 2014
LA ESTRELLA FUGAZ
Diego llegó a aquel lugar del que tanto había oído hablar.
Sacó de su caravana una hamaca y se sentó a admirar la belleza de la noche. Nunca se había sentido tan fascinado; miles de estrellas adornaban un cielo que parecía haber estado esperándole toda la vida. Sintió ganas de llorar y pensó que sería maravilloso poder contemplar aquel cielo cada noche.
En el momento en que secaba las lágrimas que empañaban su mirada, una estrella fugaz, tan hermosa como efímera, atravesó el firmamento.
Cuando se dio cuenta, se maldijo por no haber estado más atento; a aquella estrella podía haberle pedido ese deseo: ver el cielo estrellado cada noche.
Despuntó el día, mas ninguna otra estrella fugaz hizo acto de presencia aquella noche. Diego decidió entonces, que no se iría de allí sin formular su deseo, por ello se quedó en aquel lugar más tiempo.
Cuando cayó la noche, volvió a sentarse en su hamaca y a dirigir su mirada hacia el cielo. Había muchas estrellas, sí. Quizás incluso más de las que vio la vez primera. Pero la estrella fugaz, la que podía convertir su sueño en realidad, esa estrella no apareció. Ni aparecería el resto de noches en las que Diego continuó esperándola.
Decepcionado, se dispuso a marcharse, pero antes, agotando la esperanza que le quedaba, observó por última vez el cielo nocturno.
En ese momento, un lugareño se acercó y le preguntó si podía sentarse a su lado. Diego asintió, sin apartar la mirada del firmamento.
—Es precioso, ¿verdad?— preguntó el recién llegado.
—Lo sería más, si alguna estrella fugaz nos honrara con su presencia— contestó Diego.
— ¿Una estrella fugaz? Ah, ya entiendo. Quieres pedir un deseo.
—Sí. Y todas las noches, desde hace una semana, he esperado su aparición. Pero me voy a marchar de aquí sin ver mi deseo hecho realidad.
— ¿Puedo preguntarte cuál es tu deseo?
—Mi deseo no es otro, que poder ver este cielo estrellado cada noche. No creo que sea tanto pedir…
— ¿Hablas en serio?— preguntó el lugareño, sorprendido.
—Completamente— sentenció Diego.
El hombre negó con la cabeza, mientras chasqueaba la lengua. Por un instante, vio un matiz de desesperación en la mirada de su acompañante. Y poniéndose serio, le dijo:
— Yo puedo ayudarte. Solo tienes que cerrar los ojos un momento.
— ¿Bromeas? ¿Y si pasa la estrella fugaz y no puedo verla?
—Confía en mí. Yo puedo hacer que tu deseo se haga realidad.
Algo desconfiado, Diego cerró los ojos. Después de un rato, el lugareño le instó a que los abriera.
— ¡Dios mío, es precioso!—dijo Diego, asombrado— ¿Cómo lo has hecho? ¿Eres mago?
—No lo entiendes, ¿verdad?
Diego le miró sin saber a qué se refería. Enseguida obtuvo una respuesta.
—Cada noche, este precioso cielo estrellado te ha ofrecido su belleza. Durante todo el tiempo en que has estado esperando ver la luz de una estrella, te has perdido el resplandor que te brindaban las demás.
Cuando escuchó aquello, Diego comenzó a llorar. Y comprendió que su espera había sido en vano, pues había estado buscando algo que ya había encontrado.
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