Hoy me he despertado, acariciada por los rayos del Sol.
Hacía tanto, tanto que no sentía su candor. Porque, aunque cada día luciera
esplendoroso en el cielo, en mi interior no había más que nubes negras.
Y he sentido deseos de recuperar todo el tiempo que he
perdido llorando esa ausencia.
Porque de repente he comprendido, o quizás he recordado, que
el mundo sigue girando. Que el tiempo nunca detiene su marcha. Y que los días,
largos en las tristezas y cortos en las alegrías, los días no esperan por mí.
No esperan, no. Por más que yo me empeñe en permanecer inmóvil, evocando un
recuerdo que no permito que forme parte del pasado.
Hoy he sentido la necesidad de gritarle al mundo que ya
estoy de vuelta. Que este exilio en el que he estado, me ha obligado a tocar
fondo. Tan bajo he caído, tan bajo, que en el instante más angustioso, mis pies
han aprovechado para tomar impulso y volver a salir a flote. Para nadar hasta
la orilla del mar de sufrimientos, en el que me hundía cada día y sobretodo
cada noche.
Hoy he vuelto a sonreír y he sentido que la mordaza que
tenía tapando mi boca, esa que únicamente me permitía notar el sabor de la
amargura, por fin se ha hecho jirones. Y las cadenas, que antes sujetaban mis
manos alrededor de un recuerdo doloroso, ahora abrazan la más bella y pura
libertad.
Me siento renacer en cada respiración, en cada latido, en
cada segundo de mi existir.
Y quizás haya perdido mucho tiempo derramando lágrimas y
dejando escapar suspiros. Seguramente haya sido así. Pero sé que aún me queda
toda una vida para comenzar. Para seguir adelante. Para dejar atrás el
sufrimiento y la agonía. Sí. Aún me queda toda una vida para volver a ser feliz.
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