domingo, 1 de diciembre de 2013

SENTIR QUE JAMÁS

    

Le costó levantarse aquella mañana.
Apagó el despertador y se volvió a acurrucar entre las sábanas. No le apetecía nada ir a aquel lugar. Se duchó, gastando más agua de la debida. Se afeitó, empleando más tiempo del habitual. Se enfundó aquel traje negro…
Cuando subió al ascensor, miró su rostro reflejado y apoyó la cabeza sobre el cristal ahumado. Comenzó a llamarse a sí mismo estúpido por sentirse de aquella manera.
Quizás, como decía todo el mundo, fuera ley de vida. Quizás fuera algo que, tarde o temprano iba a ocurrir, pero en lo más profundo de su ser, no podía creer que le estuviera pasando a él.

Subió al coche que le esperaba en la puerta y saludó al conductor con una sonrisa forzada. Mientras duró el viaje, menos de lo que él hubiese querido, su cabeza intento convencerle de que aquello no era tan malo. Mientras, su corazón le susurraba algo que él se negaba a escuchar.
Se apeó del vehículo, comenzó a saludar a los que allí se habían congregado.
En seguida se abrieron las puertas de la iglesia y los asistentes fueron tomando asiento. Él no pudo entrar. Se escabulló y buscó un lugar en el que sentarse a llorar.
Ella era... Era...
Tras un largo rato, volvió a la iglesia. Conforme se acercaba al lugar en el que ella se hallaba, su mente le gritaba que estaba haciendo lo correcto y su corazón comenzó a latir con más fuerza. Se negaba a que aquello le estuviera pasando a él. Cuando llegó a su lado, la miró con tristeza, sabiendo con certeza que jamás volverían a estar juntos. Le miró a la cara, suspiró y le dijo algo que no había dejado de darle vueltas en su cabeza desde hacía mucho tiempo: “lo siento”.

Salió de la iglesia y todos los congregados comenzaron a murmurar.
Corrió calle abajo. El viento y la velocidad de sus pensamientos se entremezclaban. Quería saber que había hecho lo correcto. Necesitaba saberlo. Precisaba sentirlo.
Y, de repente, se paró en seco. El corazón parecía querer salir del pecho. Respiró, respiró, respiró y miró al cielo. Cerró los ojos recordando y su respiración se convirtió en un sonoro suspiro. Sonrió al fin. Su corazón, ya calmado, le decía que, por doloroso que pudiera parecer, jamás hubiese sido feliz si se hubiese casado con ella.

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