domingo, 2 de febrero de 2014

LA SOLUCIÓN



 

Caminaba arrastrando los pies y con la cabeza gacha. El sol despuntaba en ese momento. Le entraron unas ganas terribles de llorar. Se sentó en un banco y se cubrió el rostro con las manos.
Cuando se calmó, se dijo a sí mismo que había hecho lo correcto. Nunca antes había contemplado esa posibilidad y le pareció que aquella sería la solución de todos sus problemas.
Se levantó y, tras enjugarse las lágrimas, se dirigió a su casa. Tenía que convencer a su mujer, al igual que hizo consigo mismo, de que así los problemas económicos se terminarían. Y que ella y su hija podrían vivir holgadamente, como habían hecho hasta hacía bien poco.
Entró por la puerta y vio a su mujer, que le estaba esperando en el sofá. Su rostro mostraba que había estado toda la noche en duermevela. La miró y se le partió el corazón. No se había dado cuenta de cuánto la quería hasta esa misma noche.
Se acercó a ella sollozando y ambos se abrazaron y lloraron.
—Te quiero Ana. Te quiero muchísimo— le dijo con la respiración entrecortada.
—Yo también te quiero a ti— contestó ella, abrazándole aún más fuerte.
Así permanecieron un rato, hasta que Alfredo rompió el silencio.
—Sabes que haría cualquier cosa por vosotras.
Ana se apartó de su marido y le miró inquisitivamente. No le había gustado nada el tono en el que había pronunciado aquello. Al ver que no contestaba a su mirada, le preguntó.
—He estado pensando…
Hizo una pausa.
—Le he dado muchas vueltas a la cabeza…
Hizo otra pausa.
—Te aseguro que es lo mejor que se puede hacer.
— ¡Habla de una vez!— le gritó.

—El seguro de vida, cariño— sentenció Alfredo.
— ¿El seguro de vida?
—Sí. Es perfecto. Hay dinero más que suficiente como para pagar las deudas y continuar viviendo en esta casa.
—Claro que hay dinero más que suficiente, pero para poder cobrarlo, uno de los dos tiene que…
Ana miró a Alfredo y éste no supo qué cara poner.
— ¡No! ¿Pero cómo has podido pensar si quiera eso? ¿Esa es tu idea?
—Cariño, Paula y tú saldríais adelante sin mí. Lo sé.
—Debes estar de guasa. ¿Para qué coño quiero el dinero?
Ana se acercó a la chimenea y cogió el plato de porcelana china que había encima. Con las mismas, lo tiró contra el suelo y se hizo pedazos.
—Mira, esto ya no hay que pagarlo. Ni esto. Ni esto. Ni esto.
Ana continuaba rompiendo objetos valiosos.
—Pero cariño, escúchame.
—No. Escúchame tú— le dijo Ana, en tono desafiante — Hasta ahora hemos hecho las cosas a tu manera. Te dije que buscaría trabajo y me convenciste de que tú trabajarías el doble. Te dije de vender esta casa y me dijiste que no sería necesario. Te dije que pidiéramos ayuda a mis padres y volviste a decir que tú te encargarías de todo. Y esta es la solución que me traes. Quitarte de en medio. Si pudiera te mataba yo misma, pero por ser tan estúpido. ¿No te das cuenta que si tú no estás con nosotras, no tiene sentido seguir aquí?
—Déjame que te explique.
—No, Alfredo, no. Mañana mismo salgo a buscar trabajo. No es ninguna deshonra. Muchas mujeres trabajan. Yo también lo haré. Y esta vez no me vas a convencer de que la cosa está muy mal.
—Es que está muy mal.
—Me da igual. No pienso quedarme de brazos cruzados.
— ¿Y si no da resultado?
—Venderemos la casa.
—Pero si hoy día nadie compra.
—Eso también me da igual.
Ana se acercó a su marido, que evitaba su mirada. Ella puso las manos en su cara y le obligó a mirarla.
—Todo saldrá bien. No me casé contigo por tus negocios, ni por tu dinero. Me casé contigo porque te quiero. Y si estamos juntos, no importa si en una mansión o en un albergue, si estamos juntos, no necesitaremos más.
Alfredo soltó una risita irónica.
—No sabes lo que dices. No tienes ni idea de lo que estás diciendo. Tú no sabes lo duro que puede llegar a ser.
—Ni tú tampoco.
—No. Pero tengo amigos que lo están sufriendo en sus propias carnes y no es nada agradable.
— ¿Sabes qué?— dijo Ana— no me importa la vida de los demás. Este mundo de apariencia, de talante, de estatus… es una mierda. Yo lo que quiero es vivir, contigo y con Paula. Y no me importa que me señalen con el dedo. Prefiero perder todas mis cosas, antes que perderte a ti.
Alfredo abrazó a Ana con la esperanza de que su mujer tuviera razón y todo cuanto a él le agobiaba, en verdad tuviera solución. Sería maravilloso. Ahora que sabía lo dispuesta que estaba a ayudarle a salir adelante, sintió más fuerzas que nunca y decidió que valdría la pena intentarlo.
En ese momento recordó el trato que hizo esa misma noche. En aquel bar. Con aquel sicario.
— ¡Dios mío!— dijo, apartándose de Ana.
— ¿Qué ocurre?
—Tengo que ir a un sitio. Y tengo que ir antes de que sea demasiado tarde.
—Me estás asustando.
—Vuelvo en seguida.
Alfredo se dirigió a la puerta y antes de salir, volvió al lado de su mujer y le dio un beso.
—Volveré pronto. Te lo prometo.
Diciendo eso, se marchó. Ni siquiera escuchó cuando Ana le dijo que le quería... Ya nunca lo escucharía.

2 comentarios:

  1. ¡Guau! Que fuerza. Quizás, para mi gusto (que no quiere decir que sea lo mejor), habría alargado un pelín el final, pero está chulo.

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    1. Gracias, Gregorio. Tengo que decirte que el final es rotundo y premeditado, pero te agradezco la opinión.

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