miércoles, 30 de octubre de 2013

LA CONFESIÓN

 

Inmediatamente después de haberlo dicho, se arrepintió.
Debería haber mantenido la boca cerrada. Debería habérselo pensado dos veces antes de hablar. Pero no lo hizo. Conforme lo sintió, lo expresó.
Sabía bien cuál sería el resultado de aquella imprudencia, de aquella osadía.
Comenzó a imaginar cómo sería su vida a partir de ese momento. Ya no podría contar él, porque seguro que lo había perdido para siempre. Ya no habría más paseos matinales, ni más tardes de confesiones. Desaparecerían las noches mágicas, plagadas de vivencias compartidas...
Se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar. Allí mismo. En aquel parque. Entre la multitud.
En ese momento no le importaba lo que pensasen los demás de ella. Tan solo le importaba lo que pensara él. Y seguro que después de aquello, ya no querría seguir a su lado.
Sintió sus manos, descubriendo su rostro. Sus miradas se cruzaron. El corazón se le desbocó. Y tras un largo silencio, el más largo de toda su vida, escuchó su voz que decía: yo también te quiero.

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