MORIR EN TU BOCA

 

Te acercaste lentamente. Te acercaste tan despacio, que me pareció una eternidad hasta que te tuve frente a mí.

Yo te miré a los ojos. Esos ojos que tanto amor desprendían. En los que tantas veces me había sumergido y tantas otras me había quedado cautiva. Esos ojos que me miraron por primera vez aquel día y que nunca me cansé de contemplar.

Te amaba tanto, tanto…

Me besaste. Me besaste con tanta pasión que creí morir en tus labios. Me sentía tan feliz que comencé a llorar en silencio. En cada lágrima, tu nombre.

— ¿Qué ocurre?— preguntaste asustado.

Yo negué con la cabeza. Lo único que ocurría era que aquel momento, aquel instante, lo había soñado tantas veces, que no sabía si estaba pasando en realidad.

Me acariciaste. Secaste mis lágrimas con tus dedos. Esos dedos que en tantas ocasiones había imaginado acariciando mi espalda. Los mismos que se entrelazaban con los míos cada madrugada, mientras dormía deseando tenerte a mi lado.

Sonreí y tú sonreíste también.

Acerqué mis labios a los tuyos y se volvieron a fundir. Sentí tanto en mi interior…

Saboreé tu esencia. Me perdí en el deseo.

Por mi mente pasaron decenas de escenas inventadas y, hasta el momento, nunca antes realizadas.

Por un instante abrí los ojos. Deseaba verte. Tú no los habías llegado a cerrar.

Nuestros labios se separaron.

— ¿Por qué me miras?— te pregunté sonrojada.

A ti te hizo gracia mi pregunta.

— ¿Es que no puedo admirar tu belleza?— contestaste.

A mí me hizo gracia tu respuesta.

Supe que aquel momento lo recordaría siempre.

Volví a cerrar los ojos y a perderme en tu boca. No me hubiera importado morir de aquella manera. Hubiera sido la mejor de las muertes. Morir en tu boca.