Entró a la discoteca y, sin más, comenzó a bailar. Algunas
mujeres la miraban, analizándola de arriba abajo, poniendo en sus rostros un
gesto de desaprobación. Otras, las que menos, la observaban y sonreían,
transmitiéndole a la muchacha, su más sincera admiración. Algunos hombres la
miraban con deseo, llegando a poner cara de perversión. Otros, sin embargo,
disfrutaban sólo con verla, y es que la chica bailaba de forma un tanto
peculiar.
Ella escuchaba la música y se dejaba llevar. Le encantaba,
sentía libertad.
En cuanto notó algo de sed, se dirigió a la barra y cuando
el barman le preguntó qué quería tomar, ella no lo dudó. El camarero le sirvió la Fanta de naranja, sin hielo
y con cañita.
Un joven que estaba en la barra, esperando que le sirvieran
su dosis de alcohol, la miró sorprendido y le dijo:
—Con la marcha que tienes, ¿sólo bebes Fanta?
A lo que ella repuso:
—Llevo el ritmo en las venas.
Y, sonriéndole, se marchó.
Volvió al lugar en el que estaban sus amigas y reanudó el
baile. Esta vez, con algo de cautela para no derramar la bebida.
Al momento llegó el chico de la barra y la invitó a bailar.
Ella se bebió la Fanta
rápidamente para liberarse del vaso y, tras deshacerse de él, se marchó con el
chico.
Sus amigas ya estaban acostumbradas a esa escena, por lo que
no le dieron importancia al hecho de que las “abandonara”.
Ella se lo estaba pasando en grande, moviéndose libremente,
dejándose llevar.
El joven se acercó a ella y le dijo algo al oído.
Al momento, ella volvió con sus amigas. Éstas, al ver que el
muchacho se alejaba en otra dirección, le dijeron:
—Qué mala eres. Le das esperanzas y luego te vas.
A lo que ella contestó, sin dejar de bailar:
—¿ Mala? Este es mi momento y lo he compartido con él. Le he
mostrado mi pasión, le he ofrecido mi esencia… pero él no quería bailar
conmigo.