Se conocieron en una primavera de hacía veinte años.
Fue un tiempo muy feliz en el que ambos compartieron sus mundos. En el que ambos compartieron sus vidas.
Fue un tiempo muy feliz en el que ambos compartieron sus mundos. En el que ambos compartieron sus vidas.
Pero aquella felicidad se vio truncada. Las circunstancias
hicieron que aquel paraíso en el que ambos vivían, quedara en el exilio.
Pasó el tiempo y ambos se casaron y crearon sus propias
familias. Volvieron a compartir sus vidas, sí. Aunque jamás sintieron aquella
sensación, aquella conexión, aquella certeza de estar hechos el uno para el
otro.
Sus matrimonios fracasaron. Ninguno de los dos volvió a amar cada suspiro de su pareja, como lo hicieron cuando estaban juntos.
Sus matrimonios fracasaron. Ninguno de los dos volvió a amar cada suspiro de su pareja, como lo hicieron cuando estaban juntos.
Y mientras tanto, pasaron veinte años. Veinte años de nostalgia.
Veinte años de recuerdos imborrables, de melancólicas primaveras, de esperanzas
escondidas tras esperas silenciosas. Veinte años en los que él nunca olvidó su
sonrisa y ella siempre recordó su mirada…
Hoy se han vuelto a encontrar. Cuando se han visto, han sabido
que el destino quiere darles una segunda oportunidad. Ambos se han sonreído,
sabiendo lo que sienten el uno por el otro. Se han abrazado, sintiendo que
volvían a ser el uno para el otro. Se han hablado en silencio, obteniendo la
respuesta a esa pregunta que, durante tantos años, estuvo latente en sus
corazones.
No han perdido más tiempo. Ya habían dejado pasar toda una vida. La vida, la vida les esperaba. Y ellos, cogidos de la mano, han vuelto al paraíso.
No han perdido más tiempo. Ya habían dejado pasar toda una vida. La vida, la vida les esperaba. Y ellos, cogidos de la mano, han vuelto al paraíso.
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