lunes, 18 de noviembre de 2013
ADIÓS
“Adiós” le dije con los ojos hinchados de tanto llorar. Ella se abrazó a mí rogándome, suplicándome que no la dejara. ¿Dejarla? Ella nunca me perteneció, igual que yo nunca le pertenecí a ella. Éramos dos espíritus libres que decidieron compartir espacio y tiempo. Dos almas que jugaban a vivir en compañía. Pero poco a poco, el mal hábito de la posesión se apoderó de nuestro convivir. Necesitaba su permiso y su aprobación para todo. Ya no podía actuar de acuerdo con mi parecer porque, según ella, debíamos dejar de pensar individualmente y empezar a pensar por los dos. Yo sé que cuando compartes tu vida con alguien, resulta inevitable tener que ceder en ciertos aspectos. Que hay que dar el brazo a torcer en más de una ocasión. Y lo hacía, claro que lo hacía. Pero negarme a mí mismo, era ya demasiado. Además, ella me conoció siendo así y así me quería, o al menos eso me decía. Entonces, ¿por qué ahora intentaba cambiarme? ¿Qué sentido tenía compartir mi existencia con ella, si el primero que dejaba de existir era yo? “Adiós”, le repetí. Y cerré la puerta tras de mí.
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