lunes, 25 de noviembre de 2013
MISS PETER PAN
Se miró en el espejo y no se reconoció. Su rostro algo arrugado, le hizo comprender que el tiempo no pasaba en balde. Poco quedaba de aquella chiquilla resuelta a comerse el mundo. A la que poco o nada importaba lo que pensaran los demás.
Recordó las palabras de su hija esa misma mañana:
—Mamá, ya no eres una niña, compórtate como una adulta.
Quizás estuviera en lo cierto. Tal vez tuviese que madurar y tomarse la vida más en serio. No podía ser que su hija, veinte años más joven, tuviera más cabeza que ella. Además, por más que intentara permanecer al margen de su propio reloj biológico, aquel rostro envejecido le devolvía a la realidad. Una realidad que se negaba a reconocer porque, como así misma se llamaba, Miss Peter Pan jamás debía crecer.
Entonces llegó su nieta y llena de entusiasmo le dijo:
—Yayi, ¿jugamos a los piratas?
La mujer le sonrió y un instante después se volvió a mirar en el espejo.
Allí estaba de nuevo. Volvía a ser esa divertida chiquilla que desafiaba el paso del tiempo. La misma que se negaba a crecer y que vivía cada día como la niña que seguía siendo.
Corrió al salón, en busca de la espada de madera y su nieta la siguió llena de alegría. Fue en ese mismo instante, cuando la pequeña pensó que de mayor quería ser como su abuela. Alegre, despreocupada, divertida… todo eso y mucho más. Sí, quería ser, por siempre jamás, Miss Peter Pan.
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