jueves, 28 de noviembre de 2013

SIN EXAGERAR (Léase con ironía)



 

Belén siempre fue una exagerada. Lo llevaba en la sangre. Era algo genético.
Su madre también había sido cinco veces reina de las fiestas de su comisión, la mejor de la ciudad. Una comisión que, por cierto, llevaba creada solo tres años. Y en sus cinco años de reinado, fue la mejor de la historia. De su historia, debería decir. Porque se montaba unas películas la mujer…
Por eso no era de extrañar que Belén siguiera sus pasos.
Tenía una lengua muy larga. Casi tan larga como el alcance de sus embustes.

Belén se despertaba todos los días antes incluso de que lo hiciera el propio Sol.
Se levantaba de la cama de un salto. Vamos, como si eso fuera tan fácil. Se iba corriendo a la cocina, que también son ganas, de buena mañana. Se hacía el desayuno en un santiamén y se lo tomaba incluso antes de haberlo terminado de preparar. Esta Belén….
Luego se duchaba con agua fría. Tan fría, como si se acabara de producir un deshielo en su bañera.
Se vestía. Para ello se probaba todo el ropero. Enterito. Ya será menos. Eso le llevaría al menos una hora y no diez minutos como ella decía. A no ser, que su vestuario se compusiese de dos pantalones y dos camisetas, cosa que dudo. Ahora que lo pienso… la semana pasada se fue de compras a una tienda tan grande como un estadio de fútbol. Allí se compró diez pares de pantalones. ¿Ves? Diez minutos. ¡Ja!
Después de vestirse, se iba a la calle y lo hacía bajando los escalones de diez en diez.
Luego se marchaba a trabajar. Como siempre llegaba tarde a todas partes porque ella había nacido con veinte horas de retraso, le metía caña al coche y lo llegaba a poner a doscientos. Eso lo podría llegar a entender si hubiera tenido que ir por la autovía, pero por el pueblo…
En fin. Siempre tenía uno de esos días agotadores en los que mil clientes entraban con las caras tan largas que la barbilla les arrastraba por el suelo.
Cuando se ponía enferma, semana sí y semana también, la fiebre le subía a cincuenta. Pero ella se tomaba una pastillita y arreglado. Hasta la semana siguiente.

Le pasaba de todo a la pobre.
Una vez le robaron la radio del coche. Bueno… ese día pasó a la historia. Ya se encargó ella de que aquello se convirtiera en noticia. Tres horas después de llegar al trabajo, ya había llamado a todas sus amistades para contarlo. Claro, que utilizó el teléfono de la empresa. ¿Cómo no iba a hacerlo, si a su jefe le salían gratis todas las llamadas? Pero todas. Que no pagaba ni cuota ni nada. Vaya chollo tenía el pavo.
El caso es que la situación requería de su divulgación. Y es que razones no faltaban. Quien le robó el radiocasete debió tratarse de un profesional, porque no había forzado ni la cerradura de la puerta, ni había descolocado absolutamente nada del interior del coche. Creo que se le olvidó mencionar que esa misma tarde se lo encontró debajo del asiento. Al radiocasete, no al ladrón.

Ella tenía la mejor madre del mundo, la mejor casa del mundo, el mejor coche del mundo, el mejor novio del mundo… Pero también tenía el peor trabajo del mundo, el peor jefe del mundo, los peores vecinos del mundo, y así, un largo etcétera.

Por eso no era de extrañar lo que le pasó. ¿Quién se iba a imaginar que aquellas mojigangas, aquellos ojos saliéndose de sus órbitas y aquella boca de pez, eran fruto de un atragantamiento tan real como la vida misma? Bueno, como la vida misma de cualquiera menos de ella, claro.
La verdad es que tuvo mala suerte. No había ni un médico en el bar. Y ella, que tenía siete títulos, uno de ellos de enfermera, no acertó a hacerse la maniobra esa contra el atragantamiento.

Ay Belén, Belén. Fuiste exagerada hasta para morirte. No te bastaba marcharte “al otro barrio” discretamente, no.
Supongo que si hubieses tenido que elegir tu muerte, hubiese sido mucho más genuina, ¿verdad? Pues no te preocupes por eso. Ya se encargó tu madre de gritar a los cuatro vientos que falleciste por solidaridad. Sí, como lo oyes. Como más de un noventa por ciento de las muertes, son debidas a atragantamientos, pues tú, como buena persona que eras, te sumaste a la causa. Qué, ¿cómo se te queda el cuerpo?
Ah, y tu entierro, claro está, no podía ser sencillito, no. ¡Tuvo que asistir toda la ciudad! Claro, como tu madre había sido cinco veces reina de las fiestas…

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