martes, 12 de noviembre de 2013
MARCHA TRUNCADA
Salí corriendo de casa, pues llegaba tarde a la cita.
Para colmo, mi coche estaba aún en el taller, por eso tuve que ir a pie.
Cuando el semáforo se puso en rojo, tuve que detener mi angustiosa marcha.
Supliqué silenciosamente, que aquel infernal aparato cambiara de color, sin demasiado éxito. “Si tuviera el poder de manejar el tiempo a mi antojo…”
Después de tres eternos minutos, pude continuar. Esta vez, la gran masa humana que deambulaba por aquella avenida, me obligó a caminar lentamente, intentando hacerme hueco entre la multitud y derrochando el tiempo que había ganado mientras corría.
Tras un momento, que se me hizo eterno, doblé la esquina y me enfilé hacia la oficina. Entonces recibí un mensaje en el teléfono. El cliente se había cansado de esperar y se había marchado.
En la quietud de aquel instante, una rabia incontrolada se apoderó de mí.
Maldije al despertador, por no haber sonado esa mañana. Al mecánico, por no haber reparado mi coche a tiempo. Al semáforo, por haber truncado mi marcha. A las personas que me impidieron el paso…maldije al cliente por no haber esperado unos minutos más.
Mientras mi mente maldecía y maldecía, un fuerte estruendo se hizo sonar en el edificio al que me dirigía.
Un humo intenso comenzó a llenar la calle de un color gris oscuro. Las llamas no tardaron en aparecer.
Yo me quedé paralizado, inmóvil, sin capacidad de reacción.
Aquella situación era tan surrealista…la oficina estaba en llamas y yo no sabía qué hacer.
Me senté en la acera y comencé a llorar. En medio del llanto, hallé una gran felicidad.
Bendije al despertador, al mecánico, al semáforo, a la gran masa humana…porque gracias a ellos yo seguía con vida. Y agradecí, con todo mi corazón, que el cliente se hubiera cansado de esperar.
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